Nunca me imaginé que iba a llorar mientras estaba conduciendo un taller. 

Esto fue en Lechería, Venezuela. Apenas abrí el taller y mientras agradecía a mi amiga Martica el haberme hecho la propuesta para que lo hiciera, se me salieron las primeras lágrimas. Estaba super emocionada, la verdad. La más incrédula de mis amigas me lo pidió, lo organizó, y yo me preguntaba….  ¿Qué será lo que le pasa?, ¿qué quiere trabajar?, ¿qué necesita ver?

De hecho, apenas llegué a Venezuela la vi y se lo pregunté y su respuesta fue: “Ay no sé, se me ocurrió y ya. Ahora eres tú la que me preocupa, ¿qué pasa, tiene algo de particular? “

Entonces, así lo dejamos, a los dos días realizamos una tarde de Constelaciones familiares.

Para seguir con lo de la lloradera, cuando me di cuenta de que éramos 23 mujeres y absolutamente todas teníamos hijos, me atraganté, casi lloré. Era la primera vez que me pasaba que, en un grupo todas tuviéramos muchachitos de carne y hueso. La verdad como que estaba blandita ese día.

Las Constelaciones familiares, Terapia Sistémica o Transgeneracional, constituyen una herramienta donde puedo acompañar a otros a resignificar sus historias y cada vez que estoy en un evento, taller grupal o sesiones personalizadas, me sigo sorprendiendo de lo poderosa y transformadora que resulta cuando estamos dispuestos a hacer las tareas que surgen durante y después del trabajo.

Ese día era viernes y como siempre, me dispuse a ser canal para transmitir, acompañar, contener y también sentir en carne propia cómo alguna historia personal era revivida a través de otra de las mujeres. Para ella con sufrimiento o quizás dolor, mientras que para mí era desde el asentir a lo que fue y como fue. Por supuesto después de mucho trabajo que he hecho.

Fue una tarde intensa, cargada de historias, traumas, duelos anticipados, duelos pendientes y duelos eternos como la muerte de un hijo.

En uno de los casos que comenzó con una imagen congelada, ninguna de las cuatro personas se movía, yo sentía escalofríos desde los pies, una lloraba mientras tenía una mirada lánguida, la otra miraba al suelo, nadie hacia nada. Hasta que le hice una pregunta a la consultante. Fue como sacar un corcho de una botella de un espumante. ¡Explotó!

Poco a poco fui pidiendo asistencia y absolutamente todas las mujeres presentes entraron al campo. Yo estaba como con bloques en mis piernas, sentía escalofríos y para rematar se fue la luz. Y así seguimos hasta culminar la Constelación Familiar donde ella pudo gritar lo que su niña no pudo porque estaba muy pequeña y no entendía, era inocente.

La luz no llegaba, así que nos fuimos a la terraza para el cierre, pero aún faltaba que alguien hablara de su dolor, el dolor que ninguna madre quiere vivir.

Alguien más quiere trabajar pregunté, y ella alzó la mano. Le dije ven, siéntate a mi lado. Estábamos en una caja de madera, de esas que se usan en los gimnasios para saltar. Ahhh es se me pasó por alto comentar que el evento fue en Soulbike, un gimnasio.

¿Cuál es tu caso? ¿Qué quieres trabajar? Comencé a erizarme, pero no me imaginaba lo que venía.

“No le veo sentido a la vida” “Yo nunca me imaginé que lo que decían los médicos iba a pasar” 

Yo por mi parte me decía: qué caso voy a levantar aquí si ella lo que necesita es hablar. 

Hice una que otra pregunta y ella lloraba y respiraba profundo mientras contaba cómo su hijo nació, transitó la enfermedad y murió. Ya habían pasado 4 años de su partida y habían sido creo que ocho o nueve los que esa criatura había vivido.

Me costaba contener mis lágrimas, me conecté con su dolor. Creo que a muchas nos pasó. Todas éramos madres y muchas de ellas a pesar de que se conocían no lo sabían. Mucho menos yo que estaba recién llegada.

De pronto una brisa fuerte nos acarició y fue como si esa alma inocente se hiciera presente para recordarnos la vida.

Cómo no llorar si es antinatura y aun así son muchas las almas que parten dejando profundas huellas y dolor en los que quedamos vivos.

Me estoy dando permisos, si, lloro. He aprendido a que la emoción hay que vivirla, sentirla, darle permiso a que te recorra, que la identifiques, la hables, la expreses. Soy humana, soy mujer y soy mamá.

¿Qué pasa si acompaño a la consultante hasta con lágrimas, por qué contenerlas, porque soy la terapeuta? ¿Dónde está escrito que un terapeuta no puede llorar mientras hace una sesión?

Que constelación familiar iba yo a levantar en este caso. Nada que hacer, solo escuchar y permitir, ser canal, sentir, conectarme.

Me sigo sorprendiendo del trabajo, de cada consultante, de cada historia y de mí también.

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Anastasia Gómez Lira
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