Ver una serpiente y tener el coraje de regresar a escasas horas al mismo lugar para darnos otra oportunidad puede sonar a ser testarudas.
Salir con una mochila en pleno verano a unos 110 grados Fahrenheit que equivalen a 43 grados Celsius no es cualquier cosa. La testarudez femenina, definitivamente si lo es. Y además cuando dos mujeres se juntan con un mismo fin, no hay quien las detenga; especialmente si se trata de dos que se conocen lo suficiente como para confiar la una en la otra y empujarse o detenerse cuando haga falta a sabiendas que no habrá juicio, críticas malintencionadas o malcriadeces.
Un fin común y hasta me atrevo a decir, en cierta medida, un propósito que confluye y está alineado hacia lo que somos, mujeres, y mas allá de eso hacia lo femenino que es lo que nos mueve a dos amigas a invitar a otras a vivir experiencias multidimensionales en las montañas de Sedona en Arizona, no sin antes conocer a dónde las vamos a llevar.
Fue por ello que esta vez Gaby y yo decidimos realizar un viaje relámpago que significaría la prueba piloto para un futuro grupo de aventureras.
La verdad ya perdí la cuenta de cuantos viajes hemos realizado en estos últimos dos años a esta pequeña ciudad que me cautivó desde aquel primer día en octubre del 2017 cuando junto a ocho mujeres mas vivimos la primera experiencia que significó el inicio de una serie de viajes donde hemos estado invitando a otras a realizar recorridos ancestrales y místicos.
Por primera vez nos vimos obligadas a hacerlo pues el hecho de que las asistentes a nuestro próximo viaje nos acompañan por segunda o tercera vez, queríamos conocer dos lugares nuevos y evaluar la factibilidad de llevarlas.
Así que en esta oportunidad el Boynton Canyon y The Birthing Cave serian los dos hikes que haríamos.
El Boyton Canyon es el vortex mas grande y mas importante no solo en la ciudad sino en los Estados Unidos, por ende, super conocido y señalizado tanto en internet como en la montaña misma. No así La cueva llamada The Birthing Cave.
En internet la información señalaba que era una cueva sagrada y que mucha gente no la encontraba pues no había señales que indicaran el camino a seguir.
Las fotos del lugar son imponentes y los comentarios de quienes llegan a la cueva decían: “no confíes en las señales, son confusas”. Aun así, estábamos decididas a encontrarla.
Después de casi cinco horas de vuelo para mi y tres horas de diferencia sumado a que no había tomado mucha agua y solo había comido sándwiches durante el día, apenas comencé a caminar debía detenerme a descansar, sentarme a respirar y volver al camino. A pocos minutos nos encontramos un campo de golf donde terminaba el camino y nos devolvimos para volver a comenzar. Nos cruzamos con un ciclista que nos indicó supuestamente el camino y retomamos de nuevo y después de caminar cerca de dos millas, que supuestamente era el recorrido completo para ir y venir a la cueva, desistimos y emprendimos el regreso.
El calor era insoportable y el no encontrar aquella cueva nos dejó un sabor amargo a frustración. Así que ya de vuelta y conversando a ratos en silencio nos dijimos, mañana volveremos.
Mientras caminábamos cada una con un bastón de senderismo, abruptamente mis pantorrillas se entumecieron y le dije: ¡Gaby no puedo! Y le agarré un brazo para no caerme al suelo.
Al unísono ella me señalaba con su bastón la serpiente que a escasos metro y medio se arrastraba en frente de nosotras.
Mis piernas paralizadas tratando de sostenerme para no caer y aquella culebra en frente de nosotras eran señales. Que nos decían, aún lo estoy descifrando.
Lo cierto es que regresamos al carro compartiendo la experiencia y las percepciones. Gaby pensaba que yo me había paralizado de miedo al ver aquel animal. Lo que ella no sabía era que mis piernas dejaron de funcionar y casi caigo al piso.
La testarudez nos llevó de nuevo al día siguiente al mismo lugar, no sin antes investigar un poco más, cosa que no sirvió de nada.
Lo que si nos ayudo fue pedir señales que nos mostraran el verdadero camino y allí fue cuando apareció aquel hombre mayor con su perro. Nos detuvimos a preguntarle y resultó ser un local y muy amablemente nos fue indicando el recorrido.
Nos repitió dos veces las instrucciones y fue muy específico explicándonos qué nos íbamos a encontrar. Nos acompañó por unos minutos mientras nos contaba que su compañera de camino ya estaba viejita y lenta. También nos recomendó otros lugares para visitar y luego nos despedimos agradecidas de ese ángel o ángeles que se nos aparecieron para regalarnos el lugar que para muchos está escondido.
Nos fuimos cruzando con muy pocas personas, la verdad solo dos, una pareja, y finalmente llegamos, subimos a la cueva y allí estuvimos en ese vientre durante un buen rato.
Estando allí fue llegando gente, unos cuatro muchachos de ascendencia asiática, tres mujeres y un hombre, luego una pareja que apenas estaría unos diez minutos y nosotras dos quienes aprovechamos el ponernos nuestros vestidos y posar para las fotos que las chicas jóvenes se ofrecieron para hacer desde lo alto.
Al bajar de la cueva el camino se abría como en cuatro, elegimos el de la izquierda y nos llevó directo de regreso al carro. Afortunadamente elegimos el correcto porque habíamos leído que si te equivocabas podías caminar hasta 8 millas cuando el regreso es solo una milla.
Si bien es cierto las segundas oportunidades lo valen todo, esta vez también nos lleva a tomar la decisión de, al menos en nuestro próximo viaje, no arriesgar a otras a embarcarse, pues cuando de seguridad se trata, la vida está primero.